domingo, 15 de marzo de 2015

Selena vivía en el fondo del mar

 diciembre 2014

    Ella, Selena, vivía en el fondo del mar. No era una sirena, era una simple mortal que habitaba ese lugar oscuro y tenebroso donde había que adivinar las formas de las criaturas ya que hasta allí no llegaban los rayos del sol. No se diferenciaban los peces de las algas y ella se parecía a una enorme alga con sus cabellos de ningún color definido flotando en el agua.

    ¿Cómo podía vivir en la total oscuridad rodeada de rocas y agua salada? Estaba preparada para ello. Estaba acostumbrada a moverse entre los peces y las algas que allí habitaban, entendía sus movimientos y su lenguaje. Pero, en su más íntimo sentir, algo le decía que no pertenecía en ese mundo.

    Allí abajo, a veces había temblores y sacudidas. Se oían ruidos extraños. De repente, un día, el piso del mar tembló bruscamente, tanto que en la superficie se produjo una terrible marejada que arrasó con pueblos enteros, luego se quebró y emergió fuego que ascendió, secó el mar y se transformó en un volcán que escupía lava y fuego.

    Selena salió con las emanaciones del volcán, se  confundió y mezcló con la lava y el fuego para finalmente aparecer como una nube etérea y sin forma emergiendo del volcán ahora extinto. La nube bajó a la verde pradera que la lava, al fertilizar la tierra, había ayudado a crecer. Ni bien sus pies se posaron en la pradera, Selena tomó forma de mujer, envuelta en una túnica blanca y con su cabellera dorada agitada por la brisa. Miró su nuevo hogar con asombro y sin añoranzas por el que dejó atrás.

    Cuando vivía en la penumbra en el fondo del mar, jamás había imaginado que existieran la luz y los colores. Miró todo atentamente, se tomó un tiempo largo para observar cada elemento nuevo con cuidado y atención. Su propio cuerpo, al estar en la luz, irradiaba colores y distintas tonalidades.

    Reconoció a otros seres semejantes a ella en la pradera. Se vieron, se comunicaron, bailaron, saltaron, cantaron, intercambiaron palabras y miradas. Sintió una total comunión con ese nuevo mundo desconocido hasta ese momento. Cuidó con esmero y dedicación todo lo que la rodeaba, plantas, árboles, flores, seres. Veía el sol y la luna, su amada luna brillar en el cielo y sonreía. Ella y su entorno fueron una unidad.

    Selena miró hacia adelante y vio que la pradera era interminable, pero no tenía ningún sendero que transitar. Al mirar hacia abajo, vio que sus pies, a medida que caminaba, iban formando un sendero, su sendero, y que lo mismo les sucedía a los demás seres. Su sendero la llevaría a mundos maravillosos llenos de formas, de colores, llenos de luz. A veces se encontraba con tormentas, eclipses, vendavales, inundaciones, pero, a pesar de ello, seguía su camino aceptando y valorando la perfección de todo. Porque el sendero era suyo, el que se formaba a medida que Selena caminaba, el que aparecía bajo sus pies en respuesta a los designios de su corazón, de su más íntimo sentir, que ahora le decía que era aquí, en ese mundo, donde ella pertenecía. De todas maneras Selena siempre recordaba con cariño el antiguo y oscuro mar que la cobijó durante tanto tiempo, donde ella había iniciado sus primeros pasos y el que tantas enseñanzas le brindó.

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