mayo 23, 2013
Salgo
de viaje a la ruta a pleno sol otoñal. El viaje es largo, pero no me pesa. Me
acompañan los árboles del camino. Los hay con verdes sombreros y de rojos
cabellos hechos de hojas de otoño que pronto caerán; también veo grises
pirinchos de peladas ramas. Hay manos y hay brazos, hay cuerpos que se estiran
como intentando llegar al sol, que es quien les da la fuerza y la vida para
crecer y crecer. Y mientras los miro, ellos extienden sus manos y me invitan a
acompañarlos en su danza sensual, y estiramos los brazos y nos movemos al son
de una música lejana que viene de adentro, de nuestro interior, y, llena de gozo,
continúo mi viaje.
Y al
atardecer levanto la vista y veo la luna, que está casi llena, jugar al
subeybaja con el sol: el sol va bajando, la luna subiendo, hasta que el fogoso
astro desaparece dejando un rosado fulgor en el horizonte, y ella, serena y
plateada, sigue tomando altura hasta quedar sobre mi cabeza. Y los árboles
siguen bailando su danza sensual. Y mientras yo bailo con ellos, voy largando,
voy soltando.
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